Statement
(ENG)
“The art world remains a space of resistance and storytelling — a place to validate certain subjectivities that we normally overlook.”
— Barbara Kruger
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Through my work, I explore the tension between discipline and evasion, between inherited norms and the “brut” freedom of stain, gesture, and error. I am interested in how education — and its expectations — shape body, memory, and desire, and how art can become a space for rupture, displacement, and reinvention.
I am not drawn to work that faithfully follows a controlled aesthetic or a complacent narrative of migratory success, nor to painting that remains polished and recognizable without questioning its own boundaries. I prefer to work from the precariousness of gesture, from repetition that exhausts, from matter that resists being domesticated.
This interest has deeply personal roots: I grew up in Venezuela, the son of a military father (a general and judge) and a schoolteacher mother. That upbringing — strict and symbolically charged — left in me the imprint of obedience, hierarchy, and repetition, while also awakening a desire to challenge those boundaries. In that sense, art becomes for me both an escape route and a form of resistance — as Kruger suggests.
My practice is also informed by the aesthetics of the brut and the outsider — for instance, the work of Jean Dubuffet or Jean-Michel Basquiat — as well as by theories around the anti-aesthetic or the non-domesticated as spaces of cultural truth. My experience with graphic composition software and digital forests creates an ongoing contrast between the virtual and the analog, the programmed and the accidental.
In my pictorial practice I work on canvas, paper, or cardboard using charcoal, pencil, markers, spray paint, acrylic, and oil. I build layers — dense stains that evoke pixels, interferences, decomposing codes. My memory as a migrant, my Caribbean origins, mestizaje, the cosmopolitanism of the 1980s, shame and pleasure, clubs, beaches, swimming pools — all of these converge. In the series Leche y Bananos (2025), a sexual and symbolic dimension of desire and belonging becomes visible; in El Bus (2024), the imagery of Venezuelan buses reappears — emigration, transit toward cities I never lived in but always imagined. These works address Latin American machismo, the internalized machismo in women, sexual orientation, repetition that tires, obedience, and escape.
In that sense, my work is a canvas of memory, frustration, laughter, and joy — a painting that crosses the inheritance of order to reinvent the disordered gesture as a form of freedom.
(ESP)
“El arte sigue siendo un espacio de resistencia y de narración de múltiples historias, un lugar para validar ciertas subjetividades que normalmente pasamos por alto.” Barbara Kruger
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A través de mi obra investigo la tensión entre disciplina y evasión, entre la norma heredada y la libertad “bruta” de la mancha, el trazo y el error. Me interesa cómo la educación —y sus expectativas— moldean cuerpo, memoria y deseo; y cómo el arte puede convertirse en espacio de ruptura, desplazamiento y reinvención.
No me interesa lo que sigue fielmente una estética controlada o un relato complaciente del éxito migratorio; ni la pintura que permanece pulida y reconocible sin interrogar sus propios límites. Prefiero trabajar desde la precariedad del gesto, desde la repetición que cansa, desde la materia que resiste ser domesticada.
Este interés tiene raíces muy personales: crecí en Venezuela, hijo de un padre militar (general y juez) y de una madre maestra. Esa formación, estricta y simbólicamente cargada, dejó en mí la huella de la obediencia, del orden jerárquico, de la repetición —y al mismo tiempo el deseo de poner en duda esos límites. En ese sentido, el arte me aparece como un camino de fuga y a la vez de resistencia—como sugiere la cita de Kruger.
Asimismo, me apoyan referencias de la estética del bruto y lo outsider —por ejemplo la obra de Jean Dubuffet o la de Jean‑Michel Basquiat— y teorías sobre lo antiestético o lo no-domesticado como espacio de verdad cultural. También mi experiencia con software de composición gráfica y florestas digitales genera un contraste entre lo virtual y lo analógico, lo programado y lo accidental.
En mi práctica pictórica trabajo sobre lienzo, papel o cartulina con carbón, lápiz, marcadores, spray, acrílico y óleo. Construyo capas: manchas densas que evocan píxeles, interferencias, códigos que se descomponen. Mi memoria de emigrante, mi origen caribeño, el mestizaje, el cosmopolitismo de los años 80, la vergüenza y el disfrute, el club, la playa, la piscina —todos estos elementos confluyen. En la serie Leche y bananos (2025) se visibiliza una connotación sexual, simbólica, de deseo y pertenencia; en El bus (2024) reaparece la imagen de los autobuses venezolanos, la emigración, el tránsito hacia ciudades que nunca viví, pero que imaginé. Estos trabajos integran el machismo latinoamericano, el machismo interiorizado en la mujer, la orientación sexual, la repetición que cansa, la obediencia y el escape. Mi obra, en ese sentido, es un lienzo de la memoria, de la frustración, pero también de la risa y del goce: una pintura que cruza la herencia del orden para reinventar el gesto desordenado como forma de libertad.